Parece que fue ayer pero ya ha pasado casi un mes desde que terminamos nuestra estancia sueca y cambiamos el Báltico por el Cantábrico, las albóndigas por el sobao pasiego, la corona por el euro y la nieve por la lluvia. Adaptados a la nueva rutina de trabajo de igual manera nos vamos adaptando a la nueva rutina de vida. Parece una tontería pero los cambios siempre llevan unidos un cierto periodo de tiempo de adaptación, da igual que se cambie de país o de idioma, incluso dentro de un mismo país es necesario un cierto tiempo para acoplarse a la nueva situación.
Afortunadamente ayuda mucho el conocer la zona y el regresar al trabajo y poder de nuevo currar al lado de unas personas estupendas que siempre nos han acogido como si fuéramos de aquí de toda la vida. Todo es más fácil con ellos. Y en estos momentos de crisis, de primas de riesgos, de índices bursátiles que parece que son más importantes que las personas, en estos momentos duros, de nuevo tenemos que decir que somos unos privilegiados. Privilegiados por tener un trabajo que nos encanta, por vivir en una tierra estupenda y por tener ese pequeño órgano que llamamos corazón lleno de energía y con ganas de vivir. Puede sonar un poco cursi, quizás lo sea, pero es la verdad y alguién me dijo una vez que la verdad nunca es cursi.
Y de nuevo disfrutamos del olor de esta tierra cántabra. Ese olor a humedad, al verde de sus campos y al gris de su cielo. Ese mar, con esas playas que parecen estar en combate permanente con la fuerza de las olas. Esta tierra tiene algo que no se puede describir pero que consigue que la ames al instante de llegar a ella.
Seguiremos informando ...
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